Movimiento Intercultural de Artes Aplicadas a la Transmisión de
Mensajes Trascendentes de Fuentes Védicas y Originarias
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Fundamentos

Gurudeva Atulananda Acarya

Resumen

Haciendo un breve análisis de la génesis del hombre y su cultura, el autor demuestra la universalidad de la verdad acerca de Dios, situando a la India como la cuna original de este conocimiento. A través de distintos testimonios demuestra la existencia de lazos étnicos, culturales y religiosos creados entre los pueblos de la India y los pueblos originarios de la América precolombina o Indoamérica. Demuestra de esta forma que la sabiduría védica debe considerarse de carácter universal, destinada al ser humano cualquiera sea su raza, época o localización y para quien propone el desafío de estudiarla para alcanzar la autorrealización. Finalmente, se propone un compromiso de difusión a través de las artes aplicadas a la transmisión de mensajes trascendentes de fuentes originarias, con sabiduría Védica para el hombre materialista de hoy.

 

Índice
Universalidad de la Verdad
Nuestras Raíces
Presencia Hindú en América
Deidades y Ceremonias Hindúes en América
El Gobierno Mexicano Admite su Origen Oriental
Un Mismo Lenguaje, Hábitos y Facciones
Lazos Culturales y Religiosos
Similitud de los Templos y Adoración
La Trinidad
El Monoteísmo
Educación, Moral, Ritos
En la Guerra
La familia y otras costumbres
La Reencarnación
Más Similitudes
Festival de Rama en Perú
Vegetarianismo
Telepatía
Sánscrito en Perú
El desafío de alcanzar la autorrealización
Un compromiso pendiente

Conclusión

Fuentes

Universalidad de la Verdad

‘Nada hay nuevo bajo el sol’, dice el antiguo adagio, y pensamos que es una verdad muy cierta. Las mismas prácticas y costumbres aparecen en distintas culturas, pero de hecho con distintos nombres y con ciertas diferencias en la forma. Pero en el fondo, en todos lados somos el mismo hombre, con los mismos deseos, necesidades y ambiciones; con una misma vida, con una misma forma de nacer, crecer, envejecer y morir. Compartimos las mismas incógnitas y vamos tras las mismas respuestas. Cuando buscamos nuestro origen, encontramos que la cultura y la sabiduría se pierden en los laberintos del pasado y nunca podemos aseverar que ‘en este momento el hombre comenzó a saber’, ‘en este momento dejó de ser mico y comenzó a razonar’. No encontramos ese momento en la historia porque de hecho no existe. El hombre siempre fue hombre y siempre hubo cultura y sabios. El hecho de ciertos hallazgos de cavernícolas no significa que todas las culturas del mundo estuviesen en ese entonces en ese mismo nivel. La ciencia actual vive de suposiciones a las que se refiere con el atractivo nombre de teorías, abriendo así las puertas a un mundo de elucubraciones donde no existen respuestas claras ni valores absolutos.

Así como dos más dos siempre fue cuatro, de la misma manera, verdades más elevadas, sutiles y sofisticadas, siempre existieron y fueron percibidas y apreciadas por personalidades de un carácter más puro y elevado. Nos encontramos en una época en la cual espíritus, más aventurados e inquietos, aprecian los valores de las antiguas culturas y admiten el fracaso de la presente.
Si somos objetivos y sinceros en nuestro análisis, llegaremos a un mismo origen de todas las cosas. Llegaremos a una misma y única cultura, con un gran libro y lenguaje. Esa cultura no pertenece a ningún pueblo ni región en particular, pertenece al hombre, pero tampoco a cualquier hombre, sino más bien al ario. El término ‘ario’ no designa ninguna raza en particular ni característica corporal, como se ha mal entendido. Esta palabra es de origen sánscrito y denota a aquellas personas que se inclinan con seriedad por la búsqueda de la verdad. En el libro Bhagavad Gita podemos encontrarla citada cuando Dios, con el nombre de Krishna le dice a Arjuna: ‘an-arya-yustam, asvargyam...’ aquí Krishna dice a su discípulo que los apegos y debilidades materiales no deben confundir a un verdadero ‘arya’ o ario, pues de ser así su futuro será ‘asvargyam’ o no conducente a los planetas superiores.
El orgullo del siglo XX nos dejó separado de nuestros antepasados y en realidad lo habíamos estado haciendo ya de mucho tiempo antes. En el afán de volvernos positivistas y pragmáticos limitamos nuestro campo de entendimiento y percepción al que sólo pueden darnos la razón y los sentidos, el resultado de esto ha sido un hombre superficial, sin metas superiores, alienado, confundido y deprimido. El siglo pasado nos cerró las puertas a la fe, insultó a las viejas tradiciones, así hemos seguido adelante y hemos entrado a este nuevo milenio sin saber ni a quién seguimos.
Las antiguas culturas estuvieron empapadas de un misticismo especial, de un respeto a la naturaleza y a todo lo creado. De un respeto al padre y a la madre, al sacerdote y a los ancianos. Su diario vivir estaba relacionado con una visión cosmológica donde todo estaba insertado en un mundo natural, como en un organismo perfecto. Organismo que el hombre de hoy se ha encargado de viviseccionar, incapaz de encontrar el motor de vida que lo mantiene latente. Ni siquiera la medicina moderna es capaz de ver el cuerpo humano como un solo órgano y de tratarlo como tal. Todo ese misticismo original creemos que ha desaparecido y sólo queremos dar espacio a lo nuevo. ¿Pero, qué es lo nuevo? Lo nuevo no es más que el intento fallido de unos mal y pobremente llamados científicos, personeros que rechazan realidades superiores, las que con certeza y claridad son entendidas y percibidas por otras miles de silenciosas personas.

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